
Por José Antonio Sánchez
Si caminas en silencio por las lagunas salobres de Galápagos, esas que parecen espejos teñidos por la sal y el sol, podrías tener la suerte de ver una de las postales más inesperadas del archipiélago: un grupo de flamencos rosados alzando el vuelo, como pinceladas vivas sobre el cielo volcánico.
Sí, aunque a veces pasen desapercibidos entre tanto piquero de patas azules o tortuga gigante, los flamingos son parte de los tesoros vivos de estas islas únicas en el mundo. Y no cualquier flamingo. Estamos hablando de una subespecie endémica, Phoenicopterus ruber glyphorhynchus, que solo puede encontrarse en contadas lagunas saladas de islas como Santiago, Isabela, Floreana y Rábida.

Una belleza que el clima puso en riesgo
La historia de los flamencos en Galápagos tiene un antes y un después: 1983. Ese año, la corriente de El Niño golpeó con fuerza, alterando todo el ecosistema marino y terrestre. La temperatura del agua subió, los ciclos de alimento se rompieron, y muchas especies sufrieron. Entre ellas, estos habitantes alados de cuello largo y mirada tímida.
Desde entonces, su población ha sido vulnerable. No es fácil contar exactamente cuántos quedan, pero lo que se sabe es que verlos no es imposible… solo hay que saber dónde y cuándo buscar.

¿Por qué son tan especiales?
Los flamingos de Galápagos no solo llaman la atención por su color rosado encendido, resultado directo de su dieta rica en carotenoides, sino por su comportamiento y adaptación.
Por ejemplo, ¿sabías que comen con el pico al revés? Literalmente. Su pico tiene una forma curva muy particular que, combinado con unas estructuras llamadas lamelas (una especie de filtros), les permite separar el barro de su alimento favorito: pequeños crustáceos y algas microscópicas. Todo este proceso se asiste con una lengua grande y áspera que funciona como una especie de bomba de succión. Es un sistema tan sofisticado como cualquier filtro de alta tecnología… pero natural.
Y aunque nacen con plumas blancas, conforme crecen van tomando ese tono rosado que los vuelve inconfundibles. Para llegar a la madurez sexual pueden pasar hasta cinco años, y su esperanza de vida ronda los 15 años.

Una vida de colonia, ruido y rituales
Los flamingos no son aves solitarias. Viven en colonias, cortejan en grupo, hacen sus nidos juntos y forman todo un espectáculo sonoro y visual cuando llega la época de reproducción. Su cortejo es un verdadero show sincronizado: pasos, giros, estiramientos de cuello, y hasta inclinaciones coreografiadas. Todo para llamar la atención de su futura pareja.
No ponen muchos huevos, y eso los hace aún más vulnerables. Por eso, cada nacimiento cuenta. Cada polluelo blanco que rompe el cascarón es una esperanza rosada para la especie.
¿Dónde verlos?
Si estás en Galápagos y quieres ver flamingos, busca las lagunas de agua salada, especialmente en las islas Isabela, Floreana, Santiago o Rábida. Allí, al amanecer o al atardecer, cuando el viento baja y el sol no abrasa, es probable que los encuentres caminando lentamente sobre el agua, alimentándose, o simplemente descansando con una pata recogida.
Son un recordatorio de que la vida en Galápagos no solo está en el mar o en las rocas… también habita en el silencio rosado de sus aguas quietas.