
Por: José Antonio Sánchez
Ecuador parece empeñado en autodestruirse. Somos un país de pocas alegrías, de entusiasmos fugaces, de alegrías que duran lo que un titular en redes. La política lo transversaliza todo, casi siempre para hacerlo difícil, y cuando no, para paralizarlo. Nadie sabe realmente hacia dónde vamos, porque no existe un plan de país o al menos nadie lo conoce con precisión. Y si alguien lo dibuja en papel, se queda en eso: un archivo olvidado, una ilusión que jamás aterriza.
Nos han hecho creer que bajar unos puntos del riesgo país traerá inversión inmediata, como si bastara una cifra en una gráfica para que los capitales extranjeros corran hacia nuestras fronteras. Mientras tanto, seguimos tapándonos los ojos con la venda del “país hermoso”, creyendo que por el simple hecho de tener volcanes, selva y mar ya deberíamos vivir del turismo, aunque la inseguridad y la falta de infraestructura digan lo contrario.
Nuestros niños reciben clases de inglés durante catorce años y al graduarse, en un inmenso porcentaje, apenas pueden organizar un par de frases o constestar tibiamente alguna pregunta sencilla. Las familias de clase media, que antes optaban por colegios privados, ahora migran a la educación pública, y serpia perfecto pero esa educación sigue atrapada en un modelo que no dialoga con las nuevas profesiones ni con los retos tecnológicos. Y aún así, se buscan excusas para decir que es porque la educación pública ha mejorado, se habla de que no existe deserción escolar, cuando la realidad golpea en cada comunidad.
Las excusas como bandera
Nos repetimos que todo es culpa de los gobiernos anteriores, como si antes de ellos hubiéramos sido una nación en vías de desarrollo, cuando en realidad nunca hemos tenido un rumbo sostenido. Los pueblos ancestrales denuncian en Quito que sus territorios están tomados por bandas criminales, y que algunos de sus jóvenes han sido captados por estas estructuras. ¿Cuál ha sido la respuesta? Ninguna. Porque preferimos discursos vacíos, patrioterismo de ocasión y la cómoda excusa de que la culpa siempre es de alguien más.
Patriotismo de carnaval
Nuestro patriotismo suele durar lo mismo que un meme viral. Un día el bolón es símbolo de identidad nacional porque participó en un concurso de desayunos; al siguiente, vuelve a ser un plato más de la carta. Somos un país que se emociona rápido, pero que también olvida con la misma velocidad.
Ecuador se ahoga en la falta de lo básico: no hay medicinas, no hay turnos médicos, no hay empleo suficiente, no hay seguridad. Nos sobra, eso sí, la retórica de que “estamos cambiando” o que “todo está mejorando”. Somos expertos en anuncios de maquillaje. Pero detrás del discurso hay hospitales colapsados, emprendimientos de vereda, calles tomadas por el miedo.
Somos un país suicida: siempre encontramos la forma de autoboicotearnos. Y sin embargo, ni siquiera en eso llegamos hasta el final. Cada día aparece un nuevo escándalo, una nueva distracción, un pretexto más para no enfrentar lo esencial. Lo más preocupante es que no hemos tocado fondo. Y mientras no lo hagamos, seguiremos flotando en este suicidio inconcluso, sin aprender, sin cambiar, sin construir.